martes, 16 de septiembre de 2008

La muerte me persigue

Un libro, cinco llamadas, dos visitas y un sueño. Todo me parecía raro, pero normal... en lo que cabe.

Hace algunas semanas, pasó algo que me puso a pensar. Pero no era un "algo" cualquiera. Más bien, era una Aurora. Sí, de esas que la gente dice que anuncian la muerte. Con generalidad, no creo en esas cosas que "la gente dice". Pero, tantas situaciones simultáneas, me ponen a pensar. O a imaginarme cosas, a pesar de mi poca creatividad.

Estaba sentada frente a la computadora, tal como me encuentro ahora, a las 11:25 de la noche. Hace más o menos tres semanas. En la calle no había más ruido que el de los vecinos peleando por quién sabe qué, esta vez sin gritos, y el canto de esa ave que, según la gente, avisa que la muerte anda rondando por allí.

"Si se escucha cerca, es porque está lejos de donde uno la oye. Pero si la escuchás lejos, es porque seguro está cerca de donde vos estás", me dijo Fede, dándome más datos de los que le pedí, cuando le pregunté si Aurora era el nombre de "esa" ave.

Estaba cerca. Su canto era más lejano que otras veces, porque no era la primera vez que la escuchaba. Mas sí era la primera vez que la escuchaba tan lejos. Por supuesto, todas las "situaciones simultáneas" que mencioné antes vinieron a mi mente.

Para mi cumpleaños, recibí uno de los mejores regalos. Un libro que en verdad quería tener en mi poder: "Las intermitencias de la muerte", de Saramago. Con el libro, vinieron otras cosas que, por el contrario, no eran de mi agrado: llamadas inoportunas, visitas sin aviso previo y un sueño difícil de explicar.

Las llamadas, cinco, eran de vendedores. Vendedores de servicios fúnebres. De esas empresas, o cementerios privados como les llaman otros, que te quieren convencer de que es mejor un gasto ahora (y tener seguridad de que sí tendrás adonde caerte muerto), que dejarle gastos a la familia en el futuro. A lo mejor tengan razón. Luego de vivir la experiencia de dos muertes separadas tan sólo por nueve días, no es muy difícil suponer el lío en el que se quedan "los vivos". En fin.

Las dos visitas a domicilio, también inoportunas, eran para presentar las mismas "ofertas" que, hace unas semanas, me habían hecho por teléfono. No las escuché. A la primera le aseguré que no tenía tiempo. A la segunda, pues...no era mi intención ser descortés, pero mi perro me hizo serlo. Y, a decir verdad, se lo agradezco.

Durante esa misma semana tuve un sueño. Soñé con los que ya no están, físicamente, presentes en el círculo familiar. Al menos con la mayoría de ellos. No tuve miedo. De hecho, al día siguiente me levanté como cualquier otro día y no hice comentario alguno con ningún miembro de mi familia. Sin embargo, el canto de la Aurora me puso a pensar...

¿Será esta cadena de actos pura coincidencia?, ¿seré yo la que imagina cosas, teniendo en cuenta la manía de relacionar cada "cosa" con la que me topo?, ¿qué hace falta en esta secuencia?, ¿habrá llegado a su fin? Pues no lo sé. Y supongo que nadie me lo podría explicar. Al menos no de una manera que me convenza.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Sola... ¿sola?

Hay cosas que pasan, sin más. Sin aviso alguno...

Estaba sentada frente a la computadora cuando, como cualquier cosa, sin más, se me ocurrió buscar palabras en el diccionario. ¿Raro? Lo sé. Bueno, pues me puse a buscar palabras y, como bien dicen, buscando se encuentra.

Ahí estaba la palabra. Una que ni siquiera era la que buscaba. ¿Su significado? "Que no tiene quien le ampare, socorra o consuele en sus necesidades o aflicciones". Una sensación, que nunca antes había sentido con tal fuerza, me invadió. Dude un instante, pero la segregación de las gotas de la glándula lagrimal se encargaron de distraerme y concentrarme en no humedecer el escritorio y, por tanto, desviar mi atención sobre lo que realmente significaba esa palabra para mí.

Es lunes y, justo hoy, cumplía una semana de turbulencias emocionales. ¿Las razones? Pues muchas. Sin darme cuenta, estuve reteniendo sentimientos y reacciones normales (normales cuando se viven cosas similares a las que he vivido durante toda una semana) y estaba dispuesta a desahogar mis penas con quien tuviera la bondad de escucharlas. O leerlas. Pero para eso están los amigos. Aunque no siempre en la disposición en la que uno espera encontrarlos.

Así es. No había sido la palabra, o más bien su significado, el que me había hecho sentir así. Habían sido sus palabras. Su indiferencia. Puede ser que esa no sea la palabra, ya que ni siquiera había comentado con él todo lo que había estado sintiendo durante la semana. En fin, sus palabras, en definitiva no relacionadas a un interés de conocer mi estado de ánimo, me habían hecho sucumbir en la lástima. Sí, lo acepto. Sentí lástima. Me tuve lástima. Por primera vez sentía la seguridad de utilizar la palabra soledad en su máxima expresión.

No le dije nada. Simplemente retuve las ganas de delatarme y expresar todo aquello que me había guardado durante una semana completa. Él, por el contrario, seguía con su plática de la división y de los intereses intelectuales que siempre, o casi siempre, son tomados con mayor importancia que cualquier cosa. No me molestó. A mí me ha pasado, lo he sentido y he actuado de la misma manera en la que él lo hacía conmigo en ese instante. Observaba las letras en la pantalla de mi computadora. Las frases, las explicaciones y las sugerencias. Todo. Era mucho y, a la vez, nada.

Acepté todo lo que decía. No por compromiso. Más bien por dignidad y por razón. Porque en verdad, tanto él por lo que dijo, como yo por lo que callé, teníamos una razón válida. Sin embargo, mi ánimo no estaba en sus mejores condiciones y el significado de la palabra "sola" nunca antes había tenido tanto sentido como en ese momento.

No puedo afirmar que eso era lo que estaba sintiendo. Pero había algo que rondaba mis pensamientos. Sin duda alguna, hay cosas que pasan, sin más. Sin aviso alguno... y, desafortunadamente, no siempre encontramos a la mejor compañía para esos momentos.