lunes, 18 de agosto de 2008

Cosas que pasan...

- Buenas tardes, hablo para saber detalles sobre la casa que tienen en venta.

- ¿La casa? No, usted se ha confundido. Lo que vendemos es el solar.

- ¿El solar?

- Sí, el solar. La casa no está en venta. Es sólo el patio. El solar, como le dije antes.

- Disculme mi atrevimiento pero, ¿para qué querría alguien sólo el solar si ni sisquiera puede estar cerca para cuidarlo? ¿Usted se encargaría de cuidar el terreno o permiten que se instale otra persona para que pueda cuidarlo?

- No. No se puede ubicar alguien más en ese terreno. Es decir, es muy pequeño para construir un cuartito o algo así. Sólo vendemos el solar y para lo que quieran utilizarlo no es cosa nuestra.

- ¡Pero está al lado de su casa! Es más, ¡forma parte de su casa!

- Sí, pero no lo necesitamos. Es un espacio que tenemos de más y por eso lo vendemos.

- Bueno, pero sí se puede derribar el muro que da al pasaje. Para ampliar el espacio, digo.

- No. Es sólo el espacio que ya tiene y no se puede construir.

- Bueno, pues disculpe que le haya quitado parate de su tiempo. Si algún día piensa en vender la casa, estoy dispuesta a comprarla.

- No se preocupe por el tiempo. Ni por esperar la llamada, porque no estamos interesados en vender la propiedad.

- Está bien. Que pase un buen día.

- Igual.

Pues como te digo, María, sólo venden el solar. ¿Qué para qué te puede servir sólo el solar que, además, no te van a dejar cuidar de cerca? Pues ni idea, pero eso fue lo que me dijo. ¿Gallinas? Ja! ¿Cómo se te ocurre que ese lugar puede servir para criar gallinas? No las podrías cuidar de cerca. Necesitarías una casa cerca de esa, para poder estar pendiente de los animales. ¡Qué ocurrencias! Pues sí, tenés razón. A lo mejor en eso está pensando la gente que vende el terreno, ya que no podés modificarlo a tu antojo. Bueno, no queda más que buscar otras alternativas. Hablamos luego y olvidate de las gallinas. Suficiente con todos los animales "domesticados" que ya tenemos.

miércoles, 6 de agosto de 2008

"Recibimos lo que damos"... ¡Ya lo creo!

¡Maldita burocracia!, pensé mientras salia de la Alcaldía municipal, de un municipio en el que ni siquiera vivo, aquella mañana.

Había pasado toda la mañana trantando de efectuar un trámite que, según me informaron dentro de las instalaciones de la misma Alcaldía, no tardaría más de una hora. Sin embargo, no me especificaron si una hora para iniciar el trámite, o para concretarlo. Imagino que era lo primero, por todo lo que tuve que pasar.

-Necesita la partida de nacimiento de la señora, me dijo el "responsable" de realizar el trámite por el que me levanté dos horan antes de lo normal esa mañana.

-Bueno, le dije, pues entonces sáquela y así terminamos con el ingreso de la documentación.

-Pero esta partida la debe sacar en otra alcaldía.

-¿Por qué había de hacerlo, si la señora fue asentada en este?

-Ah, bueno. Tiene razón. Ya la voy a buscar, me dijo con un ánimo que delataba su disgusto.

Pasaron unos 20 minutos. Me entontraba muy entretenida viendo a una niña que lloraba para tratar de sensibilizar a su madre y que esta le comprara un algodón de azúcar. En esas estaba, y ya con un antojo que estaba a punto de apagar, sacándome las monedas del pantalón, cuando se me acerca "el responsable".

-No la encontramos. ¿Sabe usted el nombre de los padres?

-La verdad no. Creo que el papá se llamaba Buenaventura, pero no estoy segura.

-Pues es que la partida es de 1912. ¿Segura que no sabe el nombre de los dos papás?

-Pues no. No era muy cercana con la señora. Y no recuerdo que alguna vez me hayan contado una historia, con nombres exactos y todo, de algo, o alguien, que nació varios años antes que yo.

-Bueno, pues ya veré cómo la saco.

Me senté en el mismo lugar en el que ya llevaba una hora y media. El niño de los algodones ya no estaba y mis ganas, tampoco.

Luego de unos quince minutos, el tipo regresó. Me informó que ya había encontrado la partida y que el proceso podría llevarse a cabo.

-Muy bien, le dije. ¿A qué ventanilla me dirijo?

-No, debe esperar una hora para poder entregarle la partida.

-¿Que no dice que ya encontró el documento?

-Sí, pero debe esperar.

-¿Pero por qué si ya tiene la partida en sus manos?

-Porque ese es el tiempo que debe esperar. Además, la partida es de ¡1912! ¡Imagínese! Tiene que esperar.

No podía creerlo. No sé qué reflejó mi rostro y mi mirada en ese momento. Su respuesta me parecía la más estúpida que había escuchado en toda mi vida. Lo miré, agarré el folder en el que llevaba los otros documentos y me fui.

-Pues regreso mañana, le dije dándole la espalda.

Balbuceó algo que ya no logré escuchar con claridad. ¡Mejor!, pensé temiendo escuchar dos estupideces en una misma mañana y de una misma persona.

Regresé al día siguiente. El "responsable" no estaba. Me atendión una señorita. Y, como me lo habían prometido el primer día, el trámite no tardó ni una hora. Salí de la Alcaldía y me dirigí, con paso apresurado por los minutos de retraso que llevaba, al banco.

Era demasiado tarde. La fila ya salía de las instalaciones de este. Pregunté si mi trámite debía esperar tanto y, para sorpresa mía y de mi suerte, me hicieron pasar a una ventanilla donde sólo esperaban tres personas. Me senté. Desde allí, podía observar el final de la fila que, en un principio, me había asustado.

Allí estaba. Con su camisa blanca, sus pantalones que lagún día fueron negros y con un folder bajo su brazo. Observé cómo se le acercó al vigilante para, seguramente, hacerle la misma pregunta que me había salvado, minutos antes, de la larga espera. Él no tuvo la misma suerte. Se ubicó al final de la fila.

Habían pasado unos 20 minutos cuando me llamaron en la ventanilla. Pasé, realicé mi trámite y salí del banco. Él estaba allí. Me miró, bajó la cabeza.

-Buenos días, le dije.

-Buenas, me dijo con un tono que delataba su incomodidad al verse despojado de su papel de "reponsable".

Me quedé un momento revisando los papeles que me habían entregado. En eso estaba, cuando el vigilante le comunicó a toda la parte de la fila, que salía de las instalaciones del banco, que cerrarían por fallas en el sistema y que sólo se realizarían operaciones pequeñas.

El "responsable" se acercó y le dijo que su transacción era corta y, generalmente, no necesitaba de un gran proceso dentro del sistema. El vigilante ingresó al banco. Luego, como unos 5 minutos después, salió con la noticia de que debía esperar un momento. Que sí le podían realizar la operación, siempre y cuando él llevase un documento indispensable en las operaciones sin sistema.

-No lo traje conmigo, dijo casi murmurando.

-Bueno, pues entonces regrese luego o vaya a traer el documento.

-¡Pero ese documento no es indispensable!, reclamó.

-Sí, tiene razón. Pero es la política del banco. Sobre todo cuando no hay sistema, le dijo.

-Pero es una operación corta y yo estoy seguro de que ese documento no es necesario.

-Bueno, pues entonces regrese luego.

Empecé a caminar hacia la salida del centro comercial. Llegué a la parada de buses y, junto a mí, minutos después, se paró "el responsable".

-¡Es increíble!, me dijo. ¡Con la gente de los bancos no se puede!

En ese momento mi bus se acercaba y ya abría la puerta para que los pasajeros comenzáramos a subir. Saqué la moneda de la bolsa de mi pantalón y puse mi mirada en los ojos del "responsable". Le sonreí y con una sensación de satisfacción, que pocas veces había sido tan intensa, le dije:

-Ni con la de las Alcaldías.

Me subí al bus y me senté justo al lado de la ventana. Él seguía allí. Me observaba con una mirada un tanto desconcertada. Le correspondí la mirada durante unos segundos. Le sonreí y fijé mi vista en una niña que pedía a gritos, literalmente, pasar por la máquina. El bus se alejaba cada vez más de la parada, pero mi sonrisa y ese sabor de victoria en mi boca seguían conmigo.

A todos nos corresponde estar "del otro lado" en algún momento, pensé.