Un libro, cinco llamadas, dos visitas y un sueño. Todo me parecía raro, pero normal... en lo que cabe.
Hace algunas semanas, pasó algo que me puso a pensar. Pero no era un "algo" cualquiera. Más bien, era una Aurora. Sí, de esas que la gente dice que anuncian la muerte. Con generalidad, no creo en esas cosas que "la gente dice". Pero, tantas situaciones simultáneas, me ponen a pensar. O a imaginarme cosas, a pesar de mi poca creatividad.
Estaba sentada frente a la computadora, tal como me encuentro ahora, a las 11:25 de la noche. Hace más o menos tres semanas. En la calle no había más ruido que el de los vecinos peleando por quién sabe qué, esta vez sin gritos, y el canto de esa ave que, según la gente, avisa que la muerte anda rondando por allí.
"Si se escucha cerca, es porque está lejos de donde uno la oye. Pero si la escuchás lejos, es porque seguro está cerca de donde vos estás", me dijo Fede, dándome más datos de los que le pedí, cuando le pregunté si Aurora era el nombre de "esa" ave.
Estaba cerca. Su canto era más lejano que otras veces, porque no era la primera vez que la escuchaba. Mas sí era la primera vez que la escuchaba tan lejos. Por supuesto, todas las "situaciones simultáneas" que mencioné antes vinieron a mi mente.
Para mi cumpleaños, recibí uno de los mejores regalos. Un libro que en verdad quería tener en mi poder: "Las intermitencias de la muerte", de Saramago. Con el libro, vinieron otras cosas que, por el contrario, no eran de mi agrado: llamadas inoportunas, visitas sin aviso previo y un sueño difícil de explicar.
Las llamadas, cinco, eran de vendedores. Vendedores de servicios fúnebres. De esas empresas, o cementerios privados como les llaman otros, que te quieren convencer de que es mejor un gasto ahora (y tener seguridad de que sí tendrás adonde caerte muerto), que dejarle gastos a la familia en el futuro. A lo mejor tengan razón. Luego de vivir la experiencia de dos muertes separadas tan sólo por nueve días, no es muy difícil suponer el lío en el que se quedan "los vivos". En fin.
Las dos visitas a domicilio, también inoportunas, eran para presentar las mismas "ofertas" que, hace unas semanas, me habían hecho por teléfono. No las escuché. A la primera le aseguré que no tenía tiempo. A la segunda, pues...no era mi intención ser descortés, pero mi perro me hizo serlo. Y, a decir verdad, se lo agradezco.
Durante esa misma semana tuve un sueño. Soñé con los que ya no están, físicamente, presentes en el círculo familiar. Al menos con la mayoría de ellos. No tuve miedo. De hecho, al día siguiente me levanté como cualquier otro día y no hice comentario alguno con ningún miembro de mi familia. Sin embargo, el canto de la Aurora me puso a pensar...
¿Será esta cadena de actos pura coincidencia?, ¿seré yo la que imagina cosas, teniendo en cuenta la manía de relacionar cada "cosa" con la que me topo?, ¿qué hace falta en esta secuencia?, ¿habrá llegado a su fin? Pues no lo sé. Y supongo que nadie me lo podría explicar. Al menos no de una manera que me convenza.
martes, 16 de septiembre de 2008
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3 comentarios:
Las cosas pasan... sin tienen que pasar. Si no, pues no.
Gabriel, mis abuelas me criaron con miedo al canto de la aurora, que anuncia la muerte.
Mi vecina enferma de cáncer la oía por las noches y le gritaba: No me vas a llevar. No sé si en verdad la oyó alguna vez o era paranoia.
Las supersticiones son muy fuertes todavía. Yo les temo a veces.
Perdón, me comí la a. Gabriela.
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